jueves, 25 de septiembre de 2008

Te dejé



Agarrada a mi maleta,
con la sola compañía de una lágrima
y apretando en mis recuerdos,
esos limpios horizontes que dejaba.

Era un día como otro,
sin relieve en el camino que cruzaba,
sin perfumes misteriosos,
sin la blonda de la falda almidonada.

Sin adioses con sortijas,
sin sonar de las pulseras engarzadas,
sin caricias lisonjeras,
sin aplausos, sin suspiros ni palmadas.

Yo cruzaba aquel camino
y mi mano a las espigas abrazaba
y mis pies muy doloridos
a las piedras del camino se apretaban.

Pajarillos y langostas,
lagartijas, culebrines y chicharras
se venían a mi paso,
para darme con mi adiós una mirada.

Poco a poco fui dejando
de mi tierra su llanura y su montaña,
sus perfumes a romero,
la frescura de sus tierras bien labradas
y esa encina gigantesca
que su sombra al caminante le derrama
y ese azul de cielo limpio,
transparente como arroyo entre montaña.

Hoy respiro en el asfalto
y edificios que aprisionan la mirada,
gigantescos y podridos torreones
cual colmenas habitadas.

Y me duele ya la sangre
de esta espina que en el pecho me taladra
y se hunde lentamente
por las células rebeldes de mi alma.

Oigo el silbo de los vientos
que me trae aquel aroma de la Mancha
y me dice dulcemente
que me esperan sus llanuras ensanchadas,
que me esperan los molinos
con sus aspas a los cielos levantadas,
que me esperan las estrellas
fulgurantes como aquellas noches claras.

Que la luna se ha asomado,
de los cielos a su espléndida ventana,
a mirar por los caminos
porque cree que está ya cerca mi llegada.

Y yo aquí vivo soñando,
con mil sueños de ilusión y de esperanza,
recogiendo entre suspiros
todo el aire de mi tierra enamorada.

Y lo aprieto con mi pecho
y me baño con la espuma de sus alas.
y mi risa se hace llanto
que me asfixia,
que me ahoga,
que me abrasa.

Soñando mi pueblo



Soñando, que voy soñando,
caminos de tierra blanca;
soñando, que voy soñando,
con nostálgica añoranza.
Soñando con tus llanuras,
con tus pobres casas blancas,
con tus olivares verdes,
con tus campiñas doradas.

Soñando, que voy soñando,
fuera de mi tierra amada,
y el corazón lleva sombra
sin la luz que tú le dabas.
Y cuando llega la noche,
con la cabeza en la almohada,
apenas cierro los ojos
el alma del cuerpo salta.
Y sueño, sueño una noche
y otra noche, noches largas,
con aquel bello crepúsculo
sobre largas lontananzas.

Sueño que sueño, mis sueños,
sueños de mi tierna infancia
en aquella casa humilde
palpitante de esperanzas.

En aquel patio de piedras,
donde la lluvia marcaba
gorgoritos en los charcos
que mis ojos contemplaban.

Con infantil fantasía,
mil sueños se resbalaban
por aquel limpio arroyuelo
que alegre serpenteaba.

A través de aquel espejo,
palacios yo adivinaba,
enormes puestas de sol
con ángeles que jugaban.

Sueño que sueño, llorando
recuerdo aquella montaña
por donde días felices
mis pasos se deslizaban,
y cogiendo con mis manos
amapolas, preguntaba:
¿Será fraile?,¿Será monja?...,
una ilusión desgranada;
margaritas que el camino
adornan como guirnaldas,
una a una, de su cáliz
los pétalos le arrancaba:

¡Dime que sí, o es que no!...
¡Ay, qué gran pena me daba
si la margarita injusta
de mis deseos negaba.

Soñando que voy soñando
caminos de tierra blanca;
soñando que voy soñando
con nostálgica añoranza.

En una aldea



Está el aire que se ríe de contento
contemplando los trigales y las flores.
Sopla el aire que se cae de flamenco
revisando los arados y las trojes.

Está el agua que se para sin aliento
resonando, de la noche, a los albores,
recorriendo sin obstáculos y a tientos
las praderas, los trigales y los bosques.

Y esa brisa, que no tiene impedimento
de correr y correr sin llanto o pena,
sin que nadie se apodere de su aliento,

¡que sencilla, se pasea y qué serena;!
¡que perfume da a la rosa! y, alimento es
de los pájaros, el crepúsculo y la aurora.

El campo manchego en siesta



Me asomé por la ventana
de su horizonte dorado...
¿Está dormida? ¿Está muerta?...
Sola en silencio mirando,
tendida con la mortaja
del trigo seco en su mano.

El crepúsculo encendido
parece un ascua brillando;
los surcos, resquebrajados,
sedientos de desamparo,
alargan lengua de sed
en las tardes del verano.

La fuentecilla está seca,
los caminos empolvados,
la encina sola, en silencio,
le brota sudor y llanto
de su tronco ennegrecido,
bronco, roto y arrugado.

El sol rojo, enfurecido,
que se alarga como el rayo
vistiendo de oro y de fuego,
de púrpura decorando
las blancas paredes viejas
de un caserío olvidado.

La tarde está sola... duerme
la tierra a todo lo ancho;
la esperanza se pasea
con los brazos estirados;
los sueños y las pasiones,
sueltos, van jugueteando.

¿No hay nadie...? Nada responde,
está el olivo roncando;
las cepas, entre las sombras
que les acurruca el pámpano,
duermen su siesta al arrullo
de canturreos de pájaros.

Y la tarde va alcanzando
un éxtasis de letargo
mientras hormigas caminan,
una tras otra, llevando
dorados granos de trigo
a sus almacenes largos.

¡Despierta, tierra dormida,
que se aproxima el ocaso
y ya un vientecillo sopla,
que al sol lo va desnudando!

La vida empieza..., la siesta
ya se está desperezando.

El ayer de mi vida



Llovía..., recuerdo inusitado
de aquellos bellos días,
de una infancia dorada
en aquel pueblo blanco
de mi chica patria amada.

El invierno era hermoso
y, en torno a la hoguera,
mi padre y mi tío
nos contaban historias
de bandidos y guerras.
Nuestros ojos brillaban
por el miedo y la pena
y, mirando la llama del fuego,
mil imágenes flotan en ella.
Y al chisporroteo de la chimenea,
galopar a tropel mil caballos,
parecían parar a la puerta.

¡Qué hermosa, qué bella
fue para mí, entonces,
la vida hogareña!
Pasaban los días como por encanto;
largas noches oscuras de invierno
con la lluvia en el patio azotando.
Y algún día, al ir a la escuela,
con las ascuas en lata brillando,
me encontraba las calles vestidas
con capa de blanco.

¡Qué ilusión el pisar en la nieve,
qué crujiente mi pie iba estrenando,
y aquél aire tan puro y tan limpio,
juguetón, en la casa azotando.

Guirigay de chiquillos, jugando
y saltando, impacientes y fríos,
en una gran fila
el portón de la escuela apretando.

¡De recuerdos el alma está llena,
con mi pluma se están escapando
en el largo y feliz recorrido
do mi mente se está recreando.
Inocencia perdida..., amigos lejanos.
¿Dónde está aquella niña traviesa
que su pie sacudía en los charcos?

¡Y aquellos veranos!...
tan desnudos y llenos de espigas,
la chicharra y el grillo cantando,
y el olor a la paja y el trigo
que en la era se estaba hacinando.

Aún recuerdo esas noches,
todo el cielo de estrellas brillando
y mis ojos, hundidos en ellas,
una a una las iba contando.
¡Qué bonita que estaba la Luna
con la sombra del árbol jugando!
Y la gente, sentada a la puerta;
la lechuza en la torre, mirando,
y las mozas qué alegres reían
cuando el mozo pasaba cantando.

¡Oh, vida sencilla de mi pueblo amado,
te venero y te adoro fielmente!

Un relajo a mi cuerpo está dando
sólo el recordar de mi vida,
unos años lejanos.
Adoro tus casas, tu torre, tus campos
y tus calles desiertas de luces,
que la Luna te lleva en sus brazos.

Recordando




14 de Septiembre. Fiesta de mi pueblo.



Se va envejeciendo el alma,
el cuerpo tengo cansado,
me pesa como la bruma
o un dolor en el costado.

Una angustia que me ahoga
de la garganta a los labios;
un sollozo que se escapa
y se pierde en el espacio.

En tal día y a tal hora
se repite, año tras año
cual golpe de martinete
en mi mente, resonando.

¡Campanas las de mi tierra,
torre de mi pueblo amado
con su Cristo y sus espigas,
con sus recuerdos callados!

Por tu fiesta y por tu Cristo,
por tus calles y tus campos,
por tu plaza y tus caminos
van mis recuerdos... llorando.

Yo, tu amante



Reclinada en las húmedas piedras
de aquel largo y hermoso sendero,
con perfume de místicas flores,
con olor a salvajes romeros,

con sudores que empapan la tierra,
con suspiros que arañan al cielo,
con palabras que salen temblando
de unos labios que besan tu viento.

Van camino de tu ancha llanura,
agolpados a tí, mis recuerdos,
soy La Mancha, soy tierra sencilla,
soy amor, soy trabajo, soy celo.

Soy los pueblos con puertas abiertas
y estoy sola en mis noches de invierno,
respirando el aroma de ausencia,
virgen blanca, de tus muros viejos...

Inclinada a tu puerta oxidada
voy a abrir con cautela el recuerdo,
el chirrido de tus cerraduras
ya me avisa que ha pasado el tiempo.

Solitaria, tu torre en las noches,
con sus largas sombras tendidas al suelo,
duerme el pajarillo, prendido en las ramas,
duerme en tus entrañas, el pan y los besos.

Pisé con silencio tus senderos llanos,
besé tus espigas, las mojé de llanto,
deshojé en tus campos blancas margaritas,
y en tu sol dorado abrasé mi vida.

¡Quisiera gritar, como si encerrado
en cárcel de acero esta ausencia fuera,
y arañando fuerte mis viejos recuerdos,
llorar con mi frente pegada a tu tierra.

Caminante abstracto, sin sendero fijo,
desdeñando bienes y finos prestigios,
yo añoro tus rudos y pardos senderos,
tus paredes blancas, tus rejas de acero.

Del viento, en otoño, percibo tu aliento,
de la primavera, tu olor a romero;
y, al soñar, parece que abrasan mi carne
esos rayos rojos de tu sol que arde.

¡Soñar caminando... qué hermoso camino!
¡Qué largos senderos el tuyo y el mío!
Mis huellas se cubren de lodo, en el tiempo,
y el tiempo ensanchando tu camino abierto.

Pequé: voy pidiendo perdón dolorido.
Pequé porque tengo locura de amante,
y mi alma contrita no atiende al olvido...
se arrepiente, llora... y cae al instante.

¿Porque yo te quiera voy a condenarme?
¿Porque no te olvido podrían juzgarme?
Amor, siempre ha sido grandeza del alma,
me dio un alma grande mi amor a La Mancha.

Tierra manchega




¿Por qué estás callando, dime?
¿Por qué tú no hablas de mi tierra?
¿Por qué no enteras al mundo
lo que en tus entrañas cierras?...
Vives tendida y callada
durmiendo tu larga siesta,
soñando con aventuras,
llorando con la quimera
de aquel caballero andante
que de una pluma naciera.
¿Por qué mi Mancha no gritas?
¿Por qué tú no te rebelas?
Si eres madre, la que pare
cada año cien bodegas.
Si de tu vientre bendito
nacen hermosas cosechas.
Si germinan en tu entraña
olivo, manzano y cepa,
los que adornan tu hermosura
como aureola de estrellas.
¿Por qué no presumes, dime?
si eres casta, hidalga y nueva.
¿Por qué estás acurrucada
con tus ilusiones viejas?...
¡Mira con orgullo, mira
lo que diste en tu tarea!...
Hombres curtidos y recios
que hoy encorvados pasean
por nuestros pueblos sencillos
cual monumentos de piedra.
A mí me gustan, me gustan
porque soy hija manchega,
porque nací del sudor
en tus agostadas tierras.
Y sueño en la reciedumbre
de aquellos surcos de reja
y en manos encallecidas
en arados y manceras,
en esos locos quijotes
y en hermosas dulcineas.
Y tú estás callando, mira,
como tu nombre flamea
en los más sabios renglones
que de libros se escribiera.
Parece que estás soñando,
con mirada lastimera
contemplas que ya no pisa
tu vientre la mula vieja.
No importa. Todo es así.
Se cambió el pan y la avena,
las azadas y el rastrillo,
los carros y las galeras.
Están cambiando tu faz
con la mecánica nueva,
tú ya no vistes de harapos
ni collares de cadena...
Hoy retumban los motores
que van surcando tu tierra
y los hombres que te visten
de trigo en la sementera,
se encaraman orgullosos
como con traje de fiesta.
No pareces la que fuiste
aunque a mí me cause pena,
cuando no veo al gañán
con la yunta y la collera.
Pero confiemos, firmes,
en la sangre de esta tierra,
que nada podrá arrancar
nuestras costumbres añejas,
que huele a oasis, a paz,
el trigo y paja en la era.
El canto de la chicharra,
el runruneo de siestas,
el anochecer romántico
en las tardes veraniegas.
El sonar de las campanas
desde nuestra vieja iglesia,
el rosario,la tertulia,
niños que a la ronda juegan
y el paso lento y callado
del pastor con las ovejas.
Tú siempre, Mancha, tendrás
olor a queso y a siembras,
a vino, a pan, a matanzas,
vendimia, azafrán y siega.
A hombres quemados, valientes
como el de Quijano era,
que apretándose a la lanza
con molinos hacía guerra.
Y aquel Sancho que bebía
vino de tus buenas cepas.

El regreso



A pie va caminando lentamente
por caminos pedregosos y curvados;
mi corazón que llora como un niño
por su madre y por la vida, abandonado.

La casa de su cuna ya divisa
allá por un montículo dorado
y cruza las espinas y las piedras
tirando de su sangre a puñetazos.

Un chorro de su vida en el camino,
lo mismo que camina va dejando
la angustia y la ansiedad ,que le aprisionan,
le calman a la vez que van llegando.

A la sombra de la casa derruida
duerme el perro canoso y rabilargo;
el árbol , que abrazaba con su sombra,
se humilla medio seco y arrugado

Ya respira con angustia y alegría
el olor a las piedras y los prados
y a la paja que seca ya, en la era,
un olor a nostalgia te ha dejado.

Ese hombre



Al volver de un camino,
tremendamente largo,
con las tierras resecas
y todo ya segado.
Las flores son las sombras
de pétalos dormidos,
las espigas el llanto
de un sol adormecido.

Hoy vengo a ver al hombre
que tanto me quería,
el que nunca de mí
su mirada ha apartado,
El que a mi oído triste
susurraba un suspiro
y, con frases divinas,
me apartó del pecado.

Hoy vengo a ver al hombre
que, en su frente, tenía
una diadema ruda
prendida como un clavo.
Su cuerpo descarnado,
como un sarmiento seco
sus pies lacios y fríos,
cual púrpura morada.

Hoy vengo a ver al hombre
que tanto me quería
y he mirado sus ojos
de fiel enamorado.
Y no pude decirle
que yo también le quiero
pues, un nudo de angustia
mis labios ha sellado.

Hoy vengo a ver al hombre
que sus brazos me abría,
he mirado su pecho,
que aún sigue desgarrado.
Una lágrima he visto
correr por sus mejillas
cuando besarle quise
la llaga en su costado.

Me aparté de repente
de ese cuerpo bendito
al ver, con amargura,
que seguía clavado.
No curaron las ciencias
su herida ni su grito.
nadie bajó esos brazos
que tendrá tan cansados.

Coger quise su cuerpo
como un niño dormido
y un almohadón de estrellas
hacer en mi regazo.
Quise curar su herida
con besos de ternura,
quise lavar sus ojos
con bálsamo sagrado.

Hoy vuelvo a ver al hombre
que a este pueblo vigila,
que, firme, en esa cruz
nos cubre con su abrazo
que una llama de fuego
desprende su figura
y el amor que nos tiene
traspasa como el rayo.

Hoy he visto a ese hombre
y "Cristo" le decimos,
y "Cristo" en la desgracia
a gritos le llamamos.
Y una antorcha encendida
son nuestros corazones
cuando entonamos juntos
a "Cristo" nuestros cantos.

Al volver



Lo abandoné, buscando entre las sombras
luz que ansiaba en sueños juveniles
y, lenta, caminé sendas que asombran
y, en extraños, busqué lo no posible.

Ya, fuera de mi hogar, tarde de luz
iluminan mi frente muy cansada
ilusiones y sueños ya perdidos,
voy buscando la sombra de mi casa.

Ya arrugada mi frente, el alma rota
que recibió, en la ausencia, la pedrada,
de mirar hacia atrás y ver la vida que
abandoné, por sueños de ignorancia.

Reclino el cuerpo cansado y ya marchito
en el tronco de la encina solitaria
y su sombra, podrida y lacrimosa,
me socorre caricias con sus ramas.

¡Es volver a la vida! Oigo el eco
y percibo la apetecida calma,
el tronco amigo, la tierra que me viera nacer
hoy me recibe con el rumor del agua.

Mi vida se agostó por los caminos
que dejan huella translúcida en el alma
y ahora quiero, desnuda de ilusiones,
morir por los caminos de mi infancia.

Deseo



Silencio, frío, suspiros, melancolías.
¡Ay, tiempos que perdidos, no olvidados,
aún en mi cerebro siento!

Noches oscuras; desierta luna en el valle
que quise alcanzar corriendo.
yo volveré, seré niña y jugaré
con tus espigas mordiendo.

Llegaré despacio, triste,
tan triste como un recuerdo.
Me colgaré de tu luna,
me bañaré de tu viento,
humedeceré de llanto,
¡ay, tierra! tantos recuerdos.

Iré a dejar, en el fondo
de tus entrañas, un verso,
un pétalo ya marchito
de rosas que en ti nacieron.

Escarbaré con mis uñas tus raíces
y estos dedos volverán a ser el polvo
que un día llevará el viento.

De rodillas, descalza el alma
de tanto zapato prieto,
correré como una hoja
perdida por el desierto.

Rezaré y mi alma desnuda
se bañará del incienso
que humea por las rendijas
de tus gratos sentimientos.

Y después caeré rendida
bajo la luna y tu cielo
siendo, para esta miseria de carne,
mortaja y velo
que cubra, como una nube,
mi corazón en silencio.

Hombre de campo




¿Ya tienes preparado tu barbecho?
¿Ya limpiaste la tierra de la grana?
¡Qué jugo le sacaste y qué provecho,
callado labrador que te derramas.

Ahora, toma un descanso entre las ramas
y bebe de esas aguas en su lecho;
mira la creación cómo se inflama
latiéndote muy dentro de tu pecho.

Duerme y mira, del cielo, el tiempo manso,
y ahuyenta ya tus penas compartidas...
¡Qué bien te lo mereces hortelano.

Que de tanto cavar, la frente inclinas,
hueles a pastizales requemados,
a sol, a tierra, a vientos y a semillas.

¡Hónrame!




Hónrame ser de la era,
hecha con trigo y cebada,
creciendo como la espiga,
por los vientos maltratada.

Ser de una tierra labriega,
sencilla, noble y callada,
mirando cara a la luna
y pisar tierras surcadas.

Hónrame ser de los soles
que abrasan esas besanas
doradas, como racimos
que crecen bajo la pámpana.

Hónrame ser de la tierra
que, seca y atormentada,
florece en la primavera
con verdores de esmeraldas.

Ser ancha como la encina
que ha crecido solitaria
bajo millones de estrellas
que su viejo tronco abrazan.

Quisiera quedar dormida
o morir muy abrazada
en esa quietud serena
de los campos de La Mancha.

No sé si volveré




No sé si volveré, tierra querida,
mirar tus paredes rojiblancas.
no sé si volveré por tus veredas
volveré cruzando tus llamadas.

No sé si volveré con alegría
estrujando el pañuelo de mis lágrimas;
volveré con la frente muy serena
o, tal vez, con la mente atribulada.

Volveré con el cuerpo ya marchito
en la gran opulencia de la savia
si mis pies pisaran por tus caminos
tus aires cruzaré con blacas alas.

Yo te pido, si no vuelvo, que busques,
que me llames en las noches solitarias;
que me arranques si me cogen las sirenas,
de los fondos de los mares, y sus aguas.


Grítame por los bosques intrincados,
por las selvas donde el aire tanto brama,
por los prados donde corre el arroyuelo,
por los montes donde cantan las cigarras.

Búscame en las espigas del camino
como a un pajarillo entre las ramas;
búscame en las arenas del desierto
en el centro solitario de la nada.

Echa al aire el rodar de tus molinos,
haz sonar el quijote con su lanza;
mándame al buen Sancho con tu aviso
y yo iré a comer en tus posadas.


Si, al pisar los zarzales de la vida,
ves mis pies que, de heridas, se desangran,
lávalos con el vino de tu bota
y húndelos en el polvo de tu paja.

Si adivinas que mis ojos han perdido
ese brillo que en tus brazos vislumbraban,
úngelos en el agua de tus ríos,
de ese río que se pierde, el Guadiana.

Cógeme, si tú ves que se ha quemado
de mi cuerpo la juventud lozana.
Llévame al frescor de tus lagunas:
Redondilla, la Del Rey o la Colgada.


Déjame, respirando en esa orilla,
donde crecen los romeros y las dalias
y, soñando, al perfume de su brisa
volveré a ser feliz ¡mi tierra amada!

¡Abridme la puerta!



Ábreme la puerta, amigo,
ábrela de par en par
que mi camino es un grito
y tengo que descansar.

Ábreme la puerta, amigo,
que tengo que recoger
los recuerdos que aquel día
olvidados me dejé.

Abrid la puerta del tiempo,
dejadme entrar ¡por favor!
que, sembrado dejé un día,
y abonado, el corazón.

Los años me han recordado,
justo donde lo sembré,
a la sombra de aquel árbol
donde contigo jugué.

A la orilla de aquel huerto
donde el reguero corría,
donde crecían las flores
y las ovejas comían.

Donde la noria da vueltas,
donde el patatar crecía,
donde se inclinaba el hombre
que aquellos surcos abría.

Donde cantan las cigarras,
donde la alondra dormía,
donde la siesta callada
mil silencios repetía.

En los flecos de la Luna,
en esa estrella perdida,
en el centro de la noche
o al borde del mediodía.

En estos sitios yo tengo
unas ideas perdidas,
unas frases olvidadas,
una lágrima escondida.

No me cerréis, ¡por favor!
la puerta de este misterio
que, hoy, quiero pasito a paso
recorrerlo en mi silencio.

Abridme la puerta, amigos,
abridla de par en par
que aquí dejé mis raíces
y las tengo que regar.

Lagunas prisioneras



A las lagunas de Ruidera, 1976.


A los pies de estas verdes montañas
salpicadas con rayos de luna,
bajo un manto cubierto de estrellas
que reflejan las bellas lagunas.

Yo quisiera cantar un poema,
el más bello que plasme mi pluma
pero, amor y belleza me arranca
Esta noche, que es todo hermosura

Se respira el olor a romero,
el tomillo esta noche perfuma
y se mueven las ramas del pino,
donde duerme la alondra desnuda.

Sopla el aire cargado de sueños
y, en la casa, con suave dulzura
va dejando perfume de amores
el silencio, en la dulce penumbra.

Ya las sombras se duermen serenas,
ya el silencio es anillo de cuna,
y un gemir misterioso se escucha
en las entrañas de la tierra profunda.

Es lamento o quejido lloroso,
es un llanto con lágrima pura
recordando, quizá, de aquel tiempo
que esta tierra se abría desnuda.

Hoy se sienten aisladas y solas,
prisioneras de aceros y puntas,
y por eso se escucha en la noche
el gemir misterioso de estas bellas lagunas.

Ellas, que abren su amor a los hombres,
que en sus aguas los niños disfrutan,
que recogen palabras de amores
y las bañan en noches de luna.

Ellas brindan descanso a los ojos
muy cansados de noches impuras,
y que el alma se siente embriagada
en su inmenso cariz de ternura.

Han llegado, al correr de los tiempos,
a esta triste prisión que le anuda,
y sus aguas palpitan de pena,
y un gemir misterioso en la noche se escucha.

¿Por qué al campo le ponen barreras?
¿Por qué enclaustran así las lagunas?
¿Por qué quieren aislar estas aguas,
apretando sus bellas figuras?...

¡No pongamos cadena a las flores!
¡No pongamos barrera a la Luna!,
pues si atamos así los amores
nacerá incomprensiones y dudas.

Pues, sabed que es muy triste escuchar,
en las noches muy claras de luna,
el gemir misterioso y callado,
en su cárcel sombría y oscura,
donde saltan aisladas de aceros
nuestras bellas y tristes lagunas.

Recuerdo



Tengo una llaga campesina
manándome en el centro de mi pecho;
si la dejo curar, mi mente olvida,
si la dejo vivir, de dolor muero.

Así ando por la vida de maltrecho,
hundido en el arado y el barbecho,
hurgando con su reja en mi costado
y clavando sus espinas en mi pecho.

¡Ay, querido dolor, cuánto te amo,
que tu pena y tu agonía me sustenta;
y sin ella mi vida es risa muerta...

¡Que venga Dios a verme en mi agonía
y deje de correr mi vena abierta...!

¡Qué duro es caminar...
con un recuerdo a cuestas!

Cuando llegue la primavera



¡Qué cuide Dios la espiga y el sembrado,
qué florezca la vid y el limonero,
y ese trigo ya esté multiplicando
cuando crezcan y florezcan los romeros!

Ve limpiando ya la troge, campesino,
ve quitando ya los cardos de la era,
ve lavando los costales amarillos
y engrasando de los ejes en galera.

¡Cuánto callo endurecido se ha formado
en tus manos requemadas y navieras,
cómo huelen a sudor, a sol y a frío,
y tu frente envejecida, es una queja
que, a los vientos castellanos, se levantan
con silencio, con amor y con pobreza!

De La Mancha, los molinos



Yo canto a la montaña
y canto a la llanura,
al cauce de los ríos,
al silencio,
a la noche,
a la esperanza,
al olvido.

Al prado que se seca
o al atardecer frío,
a las gotas de agua
que caen como rocío.

A la nube,
a la estrella,
al viento,
a los olivos.

Y a ese niño que llora,
huérfano de cariño,
con el dedo en la boca,
reseco y aterido.

Me gustan los espacios
abiertos y tendidos, las grandes poblaciones,
los pobres caseríos...
las ovejas que balan,
las tierras que dan trigo;
el aire que, graznando,
levanta remolinos.

Me gusta la paloma
que prepara su nido;
la paja,
el barro,
el rumbo
del arroyo perdido;
y esa pobre amapola
que crece en el olvido
besando las espigas,
muriendo en el estío.

Los bosques intrincados,
el mar embravecido,
los campos de La Mancha,
llanto o canto de niño,
suspiros de mayores,
pedestal de molinos.

El labrador,
la siega,
la azada
y el suspiro
de la moza que canta,
sacando de la rosa del azafrán,
el hilo...

¡Pero a mí de La Mancha
me gustan los molinos!
El esqueleto humano
del Quijote adivino
que, en lucha con gigantes,
su lanza coge, altivo.

De Sancho,
su pollino,
su bota,
sus pisadas,
sus sabias picarescas,
su pan y su tocino.

¡Y más que nada, a mí,
me gustan los molinos!
Sus aspas gigantescas,
sus blancos laberintos
y el perfume embriagante
de pajas y de trigo;

El sol dorado, bronce
de horizontes perdidos.
¡Y más que nada, a mi,
me gustan los molinos!

Dulcineas,
Cervantes,
Quijotes y Sanchitos.
Las mujeres afables,
repletas de cariño,
de corazón y alma,
con pureza de armiño.
El hombre inteligente,
el intrépido, atrevido,
y aquél tan bonachón,
con traje de otro siglo.
Su gorra,
su navaja,
su alforja
con su atillo,
que huele a majestad
de alimento sencillo.
Sus almas desplegadas
al centro del olvido,
donde sólo dan vueltas
las aspas del molino.

Al Cristo del Valle



Señor,... soy polvo,
una brizna brotada en tu camino,
soy una gota de agua,
un silencio... una lágrima seca,
un suspiro...

Soy, Señor, una pisada,
una huella perdida,
soy un beso. Un beso
que quedó sobre tu carne,
un clavo de tu Cruz, un sentimiento.

Pero soy, Señor, soy, de tu campo
un grano de trigo;
de tu huerto, pequeña mata de albahaca;
de tu camino, una piedra,
una sombra, una rendija
por donde mira el recuerdo.

¡Señor, yo quiero que sepas
que soy fruto de tu huerto...
que nació y se hizo maduro
sobre tus ramas!

Mi cuerpo lleva en sus venas
sangre de un Cristo sereno.
Pero, Señor, ¡ay, qué tristes,
qué tristes son los recuerdos!

Si soy polvo, volveré
sobre el polvo de tu viento,
y me perderé en tu día
por el espacio y el tiempo;
porque se abre en el camino
de mi sentir, un misterio.

En el día de tu fiesta,
¡ay, Cristo, cómo te siento...!
¡Cómo me duele la ausencia!
¡Cómo se añora el regreso!

Señor, no olvides que soy
fruto criado en tu huerto,
polvo que arrastra la vida,
piedra rodada... silencio,
dolor porque hoy yo no pongo
sobre tu costado un beso.

Y me duele la distancia,
se me ha enroscado en el cuerpo;
paralítica, mi alma
va troceando el recuerdo.

"Llevarlo quiero...”
dice la copla que canta,
en tu procesión, mi pueblo.

"¡Hasta la muerte, mi Cristo,
llevarte conmigo quiero!"...

14 de Septiembre. 1979

A mi pueblo



Cuando volví ya no existía nada

apenas nada de lo que dejé.


¿Quién hay por este pueblo?... No responden.
A llamar por caridad me he atrevido.
¿Dónde estás, compañero tan querido,
que mi fuerte aldabonazo no te asombre?

¿Acaso ya, en mi ausencia, se ha perdido
aquel sentir sencillo que dejara...?
Esperaba ver las hoces y el rastrillo
colgados del portón, en una aldaba.

Ni el ladrido del perro ha respondido
a mi pobre llamada lastimera.
¡Con qué afán a estas puertas he corrido
para ver las hacinas en la era!

He cruzado por valles y montañas,
fatigosa me enredé por las arenas,
he corrido para ver lo que dejara
aquel día de ilusión y de quimera.

¡Respondedme, por amor, amigos míos!
¿Dónde está, de la mula, la collera?
¿Dónde está la tozada y el martillo,
los ramales, los pesebres y galeras?

¿Dónde está aquella yunta percherona
enganchada con aperos de faena,
que comía, con la paja y la cebada,
el sudor del gañán que cuidó de ella?

Ya no se oyen ni los cantos de los yunques
al chocar del martillo con la reja,
ni el cantar de los mozos que volvían
de aguzar, en la fragua, sus faenas.

Ya no huele a la paja requemada
ni se escapa la pavesa en chimenea,
aquel humo que abatía por las calles
quemarse las astillas y las cepas.

¿Qué ha pasado de aquel hombre retostado
que vestía de percal, pana y franela?
Que calzaba con abarcas y peales
y cantaba por la noche a las doncellas?

¿Dónde está el ejemplar hombre maduro
que adornaba con su gorra la cabeza,
que filmaba de petaca su tabaco,
picadura con olor a hierbabuena?

El que, en medio del invierno, no temblaba
y a los pájaros contábale sus penas,
que debajo de una encina sesteaba
con sus miembros fatigados de rudeza.



A las puertas de este pueblo estoy llorando,
estallándome un dolor en la cabeza
mas... ¿qué haré? seguir llorando
para hundirme y abrazarme con la tierra.

En dos árboles gigantes he colgado
mis pesares, mis deseos y mis quejas
y, mirando despejado el horizonte,
dormiré dando cara a las estrellas.

¡Eterna soledad del campo llano!
Tú bien sabes que por ti van mis querellas.
Dejaré la ciudad y, en tu regazo,
disfrutaré mil horas de una ausencia.

Encima de la loma está cantando,
más sencillo y más rudo que la sierra,
el pastor solitario y demudero
que vigila, sesteando, a sus ovejas.

Con un brillo de mieses destiladas
va la luz de los campos a la era.
Con la paz de una filente que derrama
por sus chorros, la frescura y la pureza.

Aquí me quedaré serenamente,
bañándome con polvo entre las piedras,
hablando con el sol y con los vientos,
comiendo margaritas con estrellas.

Abrazada a estos prados revestidos
de esa verde y estática pureza,
escuchando de los grillos la sonata
y peinándome los vientos la cabe

Pisaré como mística avecilla,
picaré dando saltos en las cepas,
vestiré las espigas con mis manos
y hablaré con chicharras y culebras.

Les diré con sentir y con nostalgia,
de esos tiempos, cuando el hombre fue la tierra
que, arrastrando, se llevaba en el arado
las retamas, las ortigas y las penas.