Voy a recorrer caminos
polvorientos y cansados,
entre pámpanas de viña,
entre trigales dorados,
entre olivares dormidos
y corazones callados.
Voy paseando en otoño
noches y días, regados
con sudores de vendimia,
sueños al pie del arado,
canciones de viejos tiempos,
recuerdos de mi pasado.
El sol empieza a asomar
por montículos lejanos;
a las pámpanas sonríe,
a los racimos dorados,
a los hombres que caminan
con los aperos cargados.
Con la gorra en la cabeza,
su pañuelo al cuello echado,
sus pantalones de pana,
su petaca y su tabaco,
su cara curtida al viento
como ese terruño pardo.
Las mujeres de mi tierra
—manchegas de viejo arraigo—
llevan el alma templada,
el cuerpo muy ajustado,
la risa por bandolera
y al horizonte mirando.
El aire de esas llanuras
que sopla suave y templado,
perfume de tierra seca
en la ropa va dejando
y, en la cara de las mozas,
color de bronce dorado.
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